domingo, 7 de septiembre de 2008
Feos e infelices, pero bellos como la misma vida
Roy Andersson nació en Göteborg en 1943 y realizó cuatro películas en toda su carrera, pero ganó gran reputación por la locura y el desencanto que transmite en ellas. Después de obtener su diploma en elInstituto de Cine Sueco, en 1969, estrena su primer largometraje Una historia de amor (En kärlekshistoria, 1970) premiada en el Festival Internacional de Berlín. Su segundo film Giliap (1975) fue presentado para la Quincena de realizadores de Cannes en 1976 y mal recibido por la industria del cine. Desilusionado da un giro a su actividad para dedicarse a la publicidad e imprime a sus cortos un estilo propio a través de planos totales y tomas con gran angular (ver en YoTube). Por esta actividad alcanza varias premiaciones. En 1981 crea la productora Studio 24 y comienza a filmar en forma independiente.
A este cineasta tan especial le llevó cuatro años rodar Canciones desde el segundo piso (Sånger från andra våningen, 1999), su anterior película que compitió en Cannes 2000. Esta pequeña joya surrealista que en noventa minutos traspasa las barreras de la comprensión y la clásica en el cine convirtiendo a este director en uno de los cineastas más perfeccionistas de su época.
Roy Andersson, es un cuasi desconocido entre nosotros. Sus filmes no interesan tal vez por falta de conocimiento de las distribuidoras o porque con seguridad ven en ellos un producto poco taquillero. Su humor ácido y sardónico o su mirada desesperanzada sobre la sociedad actual, tampoco le facilitan un mayor despliegue popular, en cierto modo esto lo convierte en un director de culto, cuyas imágenes permiten al espectador reflexionar sobre el grotesco modo en que nos envuelve la vida.
Comparado con Buster Keaton (en lo acético de sus imágenes), Kaurismaki (por el modo, bufonesco de sus personajes), Buñuel (en lo grotesco y decadente de sus atmósferas), Jacques Tati (en ese naïve poético de sus historias) y Chaplin (en el modo tragicómico de ver la vida), posee un poco de todos y nada de ninguno. En cambio su visón de la sociedad contemporánea se acerca más filosóficamente al pintor noruego Edvard Munch, a los escandinavos Johan Krouthén, J.A.G. Acke, Carl Larsson, y por otra parte al crear situaciones muy goyescas, pero trabajadas a la manera del norteamericano Edward Hopper, lo emparentas al hiperrealismo actual. Y posee en común con todos ellos la visón de la realidad como deformidad, al igual que la condición humana.
Roy Andersson parece estar dispuesto a seguir a rajatabla los lineamientos de “lo feo” como estética imperante en el mundo a partir de finales del siglo XIX, ya que en los siglos anteriores el ideal era platónico del “Supremo Bien” el canon de belleza establecida por Platón, y por lo tanto las excepciones de fealdad eran poco consideradas, salvo Archimboldo (1516-1593) que hizo un culto de ella en su pintura al realizar composiciones ingeniosas en la mezcla de objetos inverosímiles para perfilar un personaje. La nueva estética parte del hecho de que la realidad no sólo se agota en las apariencias, sino que puede conculcar las leyes que consideramos sensatas; el mundo continúa más allá de donde hasta ahora habíamos creído y lo hace de forma no familiar, vulnerando el espacio, el tiempo y la causalidad.
La comedia de la vida (Du levande, o You, The Living Suecia./2007
) escrita y dirigida por él anticipa al espectador que verá un cine
poco convencional y lo dice en el epígrafe que da comienzo a la
película, tomando palabras, de las «Elegías romanas» de Goethe:
«Apresúrate a gozar, tú que estás vivo, en tu cálido lecho, antes que
la corriente del frío Letheo llegue a lamer tus movedizos pies». A
partir de allí la sucesión de cuadros irá mostrando diversas escenas que
se suceden en lugares casi vacíos, o en otros como en el bar a la hora
de cierre cuando el sonar de una campana dice a los parroquianos
-solitarios/as variopintos de diferentes clases sociales que asisten a
una fiesta agridulce y perturbadora, como aquel “boulevar de los sueños
rotos”-, que son las últimas copas de la noche. Allí todo se contempla
desde el vacío propio, donde los dramas ajenos no afectan, y por lo
tanto pueden desprenderse del contexto relatando sueños que los otros no
comprenden, como el de un hombre que cuenta una pesadilla relacionada
con gente no alcohólica, que no lo entiende ni lo perdonan. O el de una
chica (la pelirroja esposa del compositor Benny Andersson del ex grupo
ABBA y colaborador con la música de los últimos filmes del realizador),
que narra un bello y triste sueño en el que se casó con un rockero que
toca en el bar y ella ama, los agasajan gente desconocida, una multitud
extraña que se agolpa en una parada de estación. Ellos habían iniciado
un viaje sin salir de su casa, la casa es la que viaja convertida en
tren.
Andersson rompe con la estructura narrativa cinematográfica clásica mediante un lenguaje menos predecible y desde el trivialismo, una técnica que supone el acercamiento a cuestiones existenciales a partir de la observación de situaciones irrelevantes o más insignificantes de lo cotidiano para crear una historia fragmentada de los destinos humanos, como si tejiera un canavá en el que entrelaza alegrías y penas de los pequeños momentos de la rutinaria vida diaria, a través de los cuales los personajes representan distintas facetas de la existencia humana. En la que se enfrentan, según palabras del director, “a grandes y pequeños problemas, que van desde cuestiones que tiene que ver con la supervivencia diaria hasta los más importantes planteos filosóficos. Espero que este film le de al público la impresión que está observando momentos de su propia existencia”.
Todas esas situaciones las elabora en una serie de
Andersson rompe con la estructura narrativa cinematográfica clásica mediante un lenguaje menos predecible y desde el trivialismo, una técnica que supone el acercamiento a cuestiones existenciales a partir de la observación de situaciones irrelevantes o más insignificantes de lo cotidiano para crear una historia fragmentada de los destinos humanos, como si tejiera un canavá en el que entrelaza alegrías y penas de los pequeños momentos de la rutinaria vida diaria, a través de los cuales los personajes representan distintas facetas de la existencia humana. En la que se enfrentan, según palabras del director, “a grandes y pequeños problemas, que van desde cuestiones que tiene que ver con la supervivencia diaria hasta los más importantes planteos filosóficos. Espero que este film le de al público la impresión que está observando momentos de su propia existencia”.
Todas esas situaciones las elabora en una serie de
estampas,
rodadas en decorados cerrados, entretejidas por planos secuencias, que
se desarrollan frente a una cámara casi siempre estática, en casi
segundos planos, porque pareciera que le interesa más lo que sucede en
el fondo que lo que pasa en un primer plano. Esas extrañas vidas
transcurren en ritmo moroso, y en la melancolía de tonos grises, opacos y
pasteles. Estos tiñen los espacios y edificios citadinos y de la
desventura de los personajes. Casi todos interpretados por gente común
que él seleccionó por su apariencia grotesca y deslucida.
En cada una de las situaciones que se construyen la humanidad es lo que subyace. En ese friso aparecen un triste ejecutante de tuba que no cautiva con su música, y forma parte de una orquesta desmañada, el negociante, el peluquero ejerciendo su pequeño poder, la fan que logra su mayor anhelo al hablar con su ídolo, la maestra incomprendida, la mujer inconforme, los viejos abandonados, los bebedores insaciables, un acto sexual sumamente deprimente y los incontables vecinos anónimos que espían la realidad ajena. Estos y otros tantos personajes conforman un mosaico de vida que funciona como un espejo para los espectadores.
En los filmes del realizador hay siempre una fuerza que trasciende la conciencia de los personajes. Mientras ellos creen ir a un sitio, van en realidad a otro. Mientras creen estar comportándose por la determinación de la voluntad, obedecen a leyes que transgreden continuamente esa voluntad. La impresión del espectador es la de que existe un orden escondido e inescrutable que dirige sus pasos.
Roy Andersson encuentra el modo de peregrinar por el camino del arte verdadero al mostrar en la complejidad de la vida de sus personajes, la simultaneidad de lo bueno y la malo, de lo bello y lo feo, de lo magnífico y lo terrible.
En cada una de las situaciones que se construyen la humanidad es lo que subyace. En ese friso aparecen un triste ejecutante de tuba que no cautiva con su música, y forma parte de una orquesta desmañada, el negociante, el peluquero ejerciendo su pequeño poder, la fan que logra su mayor anhelo al hablar con su ídolo, la maestra incomprendida, la mujer inconforme, los viejos abandonados, los bebedores insaciables, un acto sexual sumamente deprimente y los incontables vecinos anónimos que espían la realidad ajena. Estos y otros tantos personajes conforman un mosaico de vida que funciona como un espejo para los espectadores.
En los filmes del realizador hay siempre una fuerza que trasciende la conciencia de los personajes. Mientras ellos creen ir a un sitio, van en realidad a otro. Mientras creen estar comportándose por la determinación de la voluntad, obedecen a leyes que transgreden continuamente esa voluntad. La impresión del espectador es la de que existe un orden escondido e inescrutable que dirige sus pasos.
Roy Andersson encuentra el modo de peregrinar por el camino del arte verdadero al mostrar en la complejidad de la vida de sus personajes, la simultaneidad de lo bueno y la malo, de lo bello y lo feo, de lo magnífico y lo terrible.
***********Beatriz Iacoviello
Fotos del filme La comedia de la vida (Du Levande o You, The living)
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